miércoles, 9 de marzo de 2016

¿Popularidad mata talento?

Publicado originalmente en Enter.co

Soy poco amigo de los concursos que eligen su ganador por la cantidad de votos que se reciben en un sitio web, de mensajes de texto que se recogen o de ‘me gusta’ que se obtienen en redes sociales, porque no están diseñados para que gane el más talentoso, sino el más popular.

En otras palabras, no están hechos para que gane quien tenga mejor desarrollada la habilidad, destreza o conocimiento que dicen premiar, sino quien tenga más amigos o conocidos dispuestos a votar por él o por ella las veces que sea posible.

Por supuesto, puede darse el caso de que el más popular también sea el más talentoso; no puedo decir que el que gana necesariamente sea malo, pero los criterios de evaluación puramente cuantitativos (cantidad de mensajes, llamadas, votos o me gusta) son solo una parte de la ecuación.

Hace poco, una amiga muy querida me pidió que votara por su hijo en un concurso organizado por una prestigiosa marca de entretenimiento infantil. Cuando algo así sucede, el primer temor que me asalta es ¿qué pasa si entro al sitio y el trabajo de otra persona me gusta más?

Así es que para evitar una tentación más perversa que la imposibilidad de negarle el favor a mi amiga, entré, busqué el nombre del niño y voté… aunque me causó curiosidad que en la pequeña foto del hijo de mi amiga (y en la de todos los pequeños que participaban) se veía más su cara que el trabajo por el que se supone que uno debía votar.

Cuando fui a notificar la misión cumplida a mi amiga, me dijo: “¡Qué bueno! ¡Gracias! En dos horas puedes volver a votar”. Efectivamente, la misma persona podía votar cada dos horas.

No sé si el hijo de mi amiga ganó. Y, de nuevo, no estoy diciendo que el trabajo del niño ganador no hubiera estado a la altura de la competencia. Pero estoy casi seguro de que el premio lo obtuvo el niño cuyos padres tenían más amigos con acceso a Internet y tiempo para volver a votar una y otra vez cada dos horas durante la semana del concurso.

¿Qué le dice uno a su hijo en esos casos? “Lo siento, fulanito. Tu trabajo era espectacular, pero parece que tus papás no son tan populares o no tienen tantos amigos como los de menganito”. Porque, en este caso, ni siquiera era el niño el que debía ser popular, sino sus papás.

Y claro, los organizadores del concurso pueden sacar pecho mostrando sus altos indicadores de tráfico, logrado a partir de hacerles creer a los participantes que la calidad de lo que hacen (dibujar, cantar, bailar, hacer origami o muñequitos en plastilina) está siendo juzgada de forma seria.

Lo mismo sucede en los ‘realities’, en actividades que afirman no ser un concurso pero que igual eligen un ganador, en los medios de comunicación (aunque los gurús digan que lo importante no es el tráfico), ¡en las elecciones! Porque hay gente que no vota por un candidato porque “es como antipático”, así sea el más capaz.

Entonces, lo repito: los criterios de evaluación puramente cuantitativos son una parte de la ecuación, tienen que serlo. Pero, lamentablemente, los cualitativos cada vez importan menos. Lo importante ahora no es el talento, es la popularidad.