lunes, 28 de julio de 2014

El corrector ortográfico, la herramienta inútil

Publicado originalmente en Evaluamos.com

Si usted compra una libra de azúcar para preparar merengues, pero resulta que en vez de endulzar, sala la mezcla, seguramente no va a usar más ese ingrediente; al menos, no la misma marca. Si usted va en su carro y gira el timón hacia la derecha, pero resulta que el vehículo voltea hacia la izquierda, no tardará más que una esquina en llegar a la conclusión de que la dirección no sirve.


No entremos en detalles de los reclamos al fabricante y otros procesos posteriores: lo primero que uno hace cuando una herramienta no funciona es, al menos, evitar usarla. Sucede con cualquier cosa: si la píldora para el dolor de cabeza le produce un dolor más intenso, o si la pastilla para la garganta se la irrita más, usted deja de usar cualquiera de los dos medicamentos.

Claro, hay ocasiones en las que una herramienta que falla puede servir como excusa: “Ay, qué pena haber llegado tarde, pero este reloj se me atrasa”… Conste que no dije que fuera una buena excusa: si el reloj se atrasa y lo hace llegar tarde, ¿para qué lo usa? ¿Por qué no compra otro? ¿Por qué no llama al 117?

Y creo que lo mismo sucede con el corrector ortográfico: si en lugar de evitar que cometa errores lo hace cometer otros, ¿para qué lo usa? ¿Por qué no lo desactiva? En la mayoría de los casos, creería yo, porque sirve de excusa.


No sé si quienes utilizan este pretexto lo hacen de forma consciente y premeditada o si simplemente se volvió una frase de combate, de esas que la gente dice mecánicamente, sin pensar; pero no entiendo por qué la gente sigue usando el corrector ortográfico si le cambia o le escribe “palabras que no son”.

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