miércoles, 29 de junio de 2011

El Chavo del 8, un niño que cumplió 40 años

Publicado originalmente en El Tiempo



Los niños de hoy, que parecen crecer más rápido que quienes nacimos hace 40 años, tienen una desventaja: se dan cuenta muy rápido de que los personajes de ‘El Chavo del 8’ eran grandes que actuaban como niños.

Sin las herramientas pedagógicas de Plaza Sésamo, ‘El Chavo del 8’ nos enseñó que “la venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”, y nos dejó sentencias inmortales como “es que no me tienen paciencia”, “ya cállate, que me desesperas”, “fue sin querer queriendo” o “se me chispotió”.

Logró erizarnos la piel ante la posible aparición de un ‘espíritu chocarrero’ o cuando la imaginación de los niños de la vecindad nos llevó adentro de la casa de doña Clotilde, la denostada ‘bruja del 71′.


Y, sin los efectos especiales de ‘La guerra de las galaxias’, el Chavo nos emocionó al compás de “óyelo, escúchalo, Él quiere hablar contigo”, que los pequeños cantaban mientras se confundían con las piezas de un pesebre, o cuando doña Nieves y la Chilindrina (ambas interpretadas por María Antonieta de las Nieves) aparecían a la vez en la pantalla.

Entonces, nos burlábamos del repartidor de pizza que llevaba los pedidos en su moto, entonando la música de ‘El capitán Centella’, uno de los grandes éxitos de la TV de la época; nuestro mayor referente femenino era Afrodita-A, la robot de la serie ‘Mazinger-Z’, cuyos pechos eran misiles; nuestro informativo preferido era el ‘Noticiario de Plaza Sésamo’, presentado por la Rana René, el Jorge Alfredo Vargas infantil de la época.

En medio de opciones tan extremas, desde mediados de los 70, cuando la serie llegó a Colombia, ‘El Chavo del 8’ era paso obligado por la precaria programación de la televisión colombiana, que se reducía a dos canales que anunciaban el “cierre y fin de la emisión” sobre la medianoche, luego de varias interrupciones “ajenas a la voluntad de Inravisión”.

Pero, ¿qué atractivo podía tener una serie sobre la vida de un niño que todas las noches se acostaba sin comer, que tenía un vecino -don Ramón- que le daba cocotazos, que siempre recibía con un golpe al señor Barriga cuando iba a cobrar la renta, que se derretía por las paletas (colombinas) y las tortas (emparedados) de jamón que pocas veces compartieron con él la Chilindrina y Quico?

No recuerdo un padre que se opusiera a que sus hijos vieran ‘El Chavo del 8’, pese a que los valores que inculcaba pasaban por amenazas como “te voy a romper todo lo que se llama cara” o “te descalabro los cachetes”.

A la luz de las teorías actuales sobre el desarrollo infantil, ‘El Chavo del 8’ podría ser un ejemplo de cómo no debería funcionar el mundo. Pero nos hipnotizaba frente a la pantalla. Muchos que hace 40 años eran hijos hoy prefieren que sus descendientes vean el Chavo antes que series que, a su juicio, dejan pocas enseñanzas, como ‘Los Simpson’.

El Chavo nos siguió hipnotizando durante los años en que los capítulos repetidos comenzaron a ser más frecuentes que los nuevos. Siguió su carrera por la pantalla chica, mientras que ‘Los magníficos’, ‘El auto fantástico’, ‘MacGyver’ y ‘Transformers’ vinieron, triunfaron y se fueron. Vio cómo la Pantera Rosa dejó de ser muda y presenció la transformación de Carlos Vives, de actor en ‘Pequeños Gigantes’ a estrella de rock y del vallenato.

Todos soñábamos con la repetición de capítulos como aquel en el que el Chavo va a Acapulco con todos sus vecinos, por cortesía del señor Barriga; o ese en el que celebran el Festival de la Buena Vecindad, y otros tantos en los que el protagonista recitaba “vuelve el perro arrepentido, con sus miradas tan tiernas, con el hocico partido, con el rabo entre las piernas”.

Poco tuvo que ver el Chavo -en términos de producción y argumento- con el cine mexicano en el que se hicieron famosas figuras como Jorge Negrete, Pedro Infante o María Félix. Sus ocurrencias no eran comparables con las de célebres del humor azteca, como Joaquín Pardavé, aunque compartía bastante de la chambonada de Cantinflas o de las constantes agresiones físicas de Capulina; su relación más cercana con este mundo era la que unía a Ramón Valdez (don Ramón) con su hermano Germán (el célebre Tin Tan).

Al Chavo seguimos queriéndolo ya cuando la vecindad se disolvió por los líos que enfrentaron al creador y protagonista con Carlos Villagrán (Quico) y María Antonieta de las Nieves (la Chilindrina), que le montaron carpa aparte. A ella la vimos viajar por América Latina con circo propio, y Villagrán pasó por Venezuela, donde interpretó a un personaje con la misma vestimenta, la misma voz, los mismos cachetes de Quico, que se llamaba Federico.

El personaje de don Ramón sobrevivió a la muerte de su intérprete, que pasó a mejor vida en 1988, y aún así nos hace reír cuando tira su gorra al piso y salta sobre ella, luego de recibir los bofetones de doña Florinda.



La inocencia se acabó


Cuando El Chavo del 8 nació para la televisión, en blanco y negro, el personaje tenía unos 9 años, y su edad siguió siendo la misma, aunque en los últimos capítulos (la producción terminó en 1992, con su protagonista ya sesentón) se notaba algo trajinado.

El Chavo, en cambio, nos vio crecer. Fue testigo de cómo nos convertimos en jóvenes que empezaron a fijarse en el interesante bronceado de las piernas de la Chilindrina, y en que Florinda Meza lucía mucho más atractiva en otros papeles que interpretando a la fea y enrulada vieja chancluda madre de Quico.

Con los años, la inocencia se acabó y los fanáticos del primer Chavo nos dimos cuenta de que el personaje era en realidad un señor ya grande (tenía 42 años en 1971, cuando la serie llegó a la TV), que se llamaba Roberto Gómez Bolaños; que el señor Barriga era Édgar Vivar, que el profesor Jirafales era Rubén Aguirre y que doña Clotilde era una española llamada Angelines Fernández, que falleció en 1994.

Hoy, soy capaz de reconocer que hubo una edad en la que las piernas de la Chilindrina me hicieron descubrir cuán lejos había quedado la niñez, aunque fue realmente Patty (una vecina que apareció en unos pocos capítulos) la que me hizo ingresar de un salto en la adolescencia.




No puedo decir -como tantos compañeros de generación que todavía se ríen con los capítulos del Chavo- que el personaje sigue causando en mí el efecto de antes. Me río de don Ramón y de Quico; pero la torpeza del Chavo me desespera; la arrogancia de doña Florinda riñe con mis principios, tanto como las mañas de la Chilindrina. Jaimito el cartero nunca me gustó…

Tampoco me conmovieron sus aventuras en dibujos animados, que se transmiten desde el 2006. La nostalgia manda.

Pero hoy, para qué negarlo, el personaje de Roberto Gómez Bolaños sigue apareciendo y, como “sin querer queriendo”, nos quedamos viéndolo hasta el final del capítulo, aunque muchos ya no le tengan paciencia.