miércoles, 9 de julio de 2014

¿Qué le pasó a Brasil?


¿Qué le pasó a Brasil? ¿Qué le pasó a Brasil? Por más que lo analizo, no encuentro la respuesta… Y no es una pregunta que me esté haciendo hoy, luego del estrepitoso 7-1 contra Alemania. No, es una pregunta que llevo varios años haciéndome.

Para mí, el fútbol nació en España, en 1982, con una selección que lo tenía todo para ser campeona, pero que se quedó en el camino frente a Italia. Una selección que se daba el lujo de jugar sin arquero y sin 9 (hablo de los tiempos en los que el número en la camiseta significaba algo), porque Waldir Peres y Serginho eran un desastre total en sus posiciones.

El resto de la nómina era para quitarse el sombrero: Zico, Socrates, Toninho Cerezo, Leandro, Eder, Falcao (el responsable del segundo nombre de nuestro Radamel), Junior, entre otros… El entrenador era Telé Santana y Brasil jugaba un fútbol exquisito.

En la primera ronda, derrotó 2-1 a la Unión Soviética (que para entonces todavía existía); Escocia se llevó un 4-1 y a Nueva Zelanda la despachó con un 4-0. Pero más allá de los marcadores, había que ver jugar a Brasil. No tuve la fortuna de ver en vivo al equipo de 1970, por varios factores fundamentales: el primero, todavía me faltaban 3 años para nacer… no sé si eso haga necesario mencionar los otros. Pero obviando el mito del 70, el fútbol de la selección de Brasil en 1982 era -perdonen la cursilería- mágico.

En la siguiente ronda, los rivales de Brasil eran Argentina e Italia (entonces no se jugaba eliminación directa luego de la fase de grupos, como ahora). El cuadro de Telé Santana derrotó 3-1 a los albicelestes, y los europeos hicieron lo propio por marcador de 2-1. Quién pasaría a la siguiente ronda se definiría entre Brasil e Italia.

Y recuerdo esa como una de las tardes más tristes de mi infancia. A Brasil le bastaba el empate, pues la diferencia de goles le favorecía. Pero el equipo se encontró con el Paolo Rossi mejor parado a la hora de definir que cualquier equipo quisiera en su delantera y con un Dino Zoff (siempre grande) más inspirado de lo normal debajo de los tres palos. Los fanáticos de esa selección todavía pensamos que esa jugada en la que le rompieron la camiseta a Zico debió ser el penalti que decretara el empate y la clasificación brasileña… pero no: el marcador final fue 3-2, y Brasil se quedó por fuera del Mundial, frente a una Italia que a la postre fue campeona.

A pesar de la derrota, daba gusto ver jugar a esa selección de Brasil. Cuando salíamos al parque a jugar fútbol, los pequeños del barrio nos peleábamos por ser Brasil, por ser Zico, por ser Falcao o por ser Junior. Creo que no había muchos zurdos en Pablo VI, de manera que yo no tenía mayores problemas para 'ser Eder'. No sé si ahora los niños también se piden ser equipos y jugadores en los 'picados' de barrio, pero seguramente hoy prefieren ser James, Ospina, Cuadrado o Falcao (el nuestro), que jugadores extranjeros, y eso es reconfortante.

De regreso a Brasil, la ilusión del tetracampeonato se fue ese año y tardó mucho en hacerse realidad. Finalmente ocurrió en Estados Unidos, en 1994, en una de las finales más aburridas que recuerdo, la primera que se fue a definición por penales, después de un soso 0-0 durante el tiempo oficial de juego. Pero Brasil ganó, y para un hincha frustrado durante 14 años, un cuarto título sabía a caviar y champaña, a pesar de esperar un poco más que una definición al azar, de nombres como Romario, Bebeto, Dunga, Ronaldo y Cafú, entre otros.

Cuatro años más tarde no entendí lo que pasó. Brasil llego a la final frente a Francia y en un partido desconocido cayo 3-0. Y todavía no comprendo cómo ni por qué. Si bien la Francia de Zinedine Zidane, Thierry Henry y Robert Pirès metía miedo, Brasil también tenía una nómina para asustar, en la que se destacaban Cafú, Roberto Carlos, Rivaldo, Bebeto y Ronaldo.

Pero desde antes del partido, este último ya estaba mal y al final sufrió una ‘crisis cardiaca’ que todavía me cuesta trabajo entender. Y el resto fue peor. Aunque era una situación que no se presentaba desde 1978, esa final me hizo reafirmar la ‘mala espina’ que me producen los Mundiales en los que el anfitrión queda campeón. El Brasil de 1998 no era mejor que el de 1982 (no me cansaré de decirlo: ningún Brasil de los que he visto jugar en mi vida ha sido mejor que el de 1982), pero 3-0 a favor de Francia fue un marcador muy largo para lo que se esperaba ver en la final.

Pero entonces llegó el pentacampeonato, en el Mundial de Corea y Japón, en el año 2002. Y podría decir que fue un Mundial inolvidable, de no ser porque tuve que entrar a Youtube para recordar cómo fueron los goles con los que Brasil venció 2-0 a Alemania en la final. Y claro, ya después de verlos me pregunto cómo pude olvidarlos… y me doy cuenta de que el resto de ese Mundial también está perdido en mi memoria…

En cambio, de los Mundiales de Alemania (2006) y Sudáfrica (2010) me acuerdo mucho mejor: contra Francia en el primero y contra Holanda en el segundo, Brasil jugó como si los partidos duraran 3 horas y tuviera todo ese tiempo para remontar el marcador adverso con el que llegó al último minuto de ambos encuentros de cuartos de final. No sé si quise engañarme, pero parecía como si Brasil pudiera, pero no hubiera querido. Como si tener 5 campeonatos encima fuera suficiente para que al terminar cada uno de esos dos partidos, el equipo pudiera pasar a la siguiente ronda, a pesar de haber caído 1-0 con los franceses y 2-1 con los holandeses. Era un Brasil paradójico, que lo tenía todo, pero que no jugó a nada.

Y llegó el 2014. Y si bien mi corazón estaba con Colombia y la mala espina de la perspectiva de un campeonato ganado por el local me seguía amargando la vida, celebré el triunfo de Brasil contra Croacia, a pesar de la polémica por ese penalti que no fue, pero que de haber sido yo el árbitro habría pitado, ante la imposibilidad de ver 10 repeticiones en cámara lenta desde sendos ángulos distintos; y sufrí con el 0-0 ante México… y volví a respirar tranquilo con la victoria ante Camerún…

Pero sabía que de todos los Brasil que no han sido mejores que el de 1982, este era el menos bueno… Y aunque en los octavos de final mi corazón todavía se inclinaba por la caipirinha (no digo que por la samba, porque el baile no es mi fuerte… ni siquiera es mi débil), algo dentro de mí le hacía fuerza a Chile. Y quiero dejar claro que no era el recuerdo de la novia chilena que tuve por allá a finales del siglo pasado, con la que todavía chateamos de vez en cuando.

Y llegó el partido contra Colombia… y bueno, aunque difiero de quienes insisten en decir que el árbitro no influyó en el marcador, dejemos al señor juez por fuera de la ecuación: simplemente no recuerdo haber visto un equipo brasileño que basara su juego en la violencia contra el adversario, en reventar balones como primera opción; en botarse al piso sistemáticamente en cada choque, pidiendo faltas inexistentes... en fin, en el irrespeto al balón, al rival y al fútbol como base de su estrategia.

Creo que Dios debe estar pendiente de cosas más importantes que el resultado de un partido de fútbol; creo que encomendarse a Él para ganar un juego es como partir de la base de que el otro equipo es ateo o de que Dios tiene preferencias. Creo, como mi amigo Wilmar Cabrera, que resultan mejores los futbolistas que se entregan en el campo para meterla toda, que los que creen que si se dan la bendición, el balón va a dar una curva impresionante y se va a meter al arco, sin necesidad de esforzarse.

Y a pesar de estar convencido de todas esas cosas, no puedo dejar de pensar que en ese 7-1 de ayer hubo algo de justicia divina… Desde 1982, el fútbol ha cambiado, para bien en la mayoría de los casos. Alemania (no hablemos de la de hoy, frente a Brasil, sino de la de los últimos dos Mundiales) ha dejado de ser un equipo que se basa únicamente en la fortaleza –cercana a la violencia– y en el despliegue físico, para convertirse en una selección que juega bonito; la antipática Argentina no ha hecho su mejor Mundial, pero basta devolverse a las eliminatorias suramericanas para encontrar un fútbol mejor jugado que el de hace 20 o 30 años. Costa Rica llegó a cuartos de final, y Colombia alcanzó la misma instancia con un juego alegre y vistoso…

Y Brasil… ¿Qué le pasó a Brasil? Han pasado 32 años desde que el equipo dirigido por Telé Santana, con Zico, Socrates, Toninho Cerezo, Leandro, Eder, Falcao (el original) y Junior me iniciaron en el mundo de la pasión y el dolor por el fútbol… Pero desde entonces, el cuadro que supuestamente practicaba el mejor balompié del mundo no ha tenido una selección que supere a la mítica de España-82… Mientras todos mejoran y practican un fútbol cada vez más atractivo, Brasil parece haberse aburguesado y dormir en los laureles de su pentacampeonato, logrado con selecciones que no fueron mejores que la de 1982.

Y la de alcanzar el hexacampeonato, la que jugó de local, la que prometía poner más distancia entre los títulos obtenidos por Brasil y su seguidor inmediato (Italia, con 4 mundiales) ha sido la peor de todas. Por eso, no es el 7-1 de ayer contra Alemania; son 32 años mirando hacia atrás para añorar un equipo de ensueño los que me hacen preguntarme: ¿Qué le pasó a Brasil?