lunes, 22 de agosto de 2016

Cuando el fútbol era un juego bonito…

Cuando yo era niño, mi papá me contaba que en sus tiempos, si el árbitro de un partido de fútbol se equivocaba, el equipo beneficiado por el error le devolvía el balón al contrario. 

No me refiero a las devoluciones actuales luego de un pique a tierra, cuando el juez detiene el encuentro para que se atienda un jugador lesionado en el campo o debido a alguna otra interrupción inusual. Hablo de un saque de banda, de una mano o de una falta pitada por error o a favor del equipo equivocado. 

Nunca le pregunté qué pasaba si pitaban erradamente un penalty, pero parece que eso no era lo común en la época, porque entonces –entiendo de las historias que me contaba mi papá– los futbolistas se dedicaban a jugar fútbol, no a impresionar al árbitro para que se equivocara a su favor. 

Pero ahora la cosa es al revés: el fútbol se convirtió en un negocio tan lucrativo, que lo importante es ganar, incluso si para hacerlo hay que engañar al árbitro para que se equivoque a favor de uno o para que perjudique al contrario.

Algunos defienden esta actitud calificando como viveza lo que no pasa de ser una vulgar trampa. Viveza es cobrar a riesgo para aprovechar la distracción del rival; viveza puede ser pararse detrás del arquero contrario y quitarle el balón cuando lo bote al piso para marcar un gol (aunque más que viveza del anotador, eso sería bobada del portero). La viveza permite ir al límite del reglamento, pero no violarlo, para sacar ventaja. 

Por eso lamento que el diccionario de la Real Academia dé lugar a una definición de viveza (la décima entre diez) que implica sacar provecho incluso por malos medios; poco me consuela que ninguna de las nueve anteriores relacione la viveza con trampa. 

En el año 2012 se hizo famosa una acción en la que Miroslav Klose (el goleador histórico de los mundiales de fútbol) admitió –durante el desarrollo de un partido, no después en la rueda de prensa– haber hecho un gol con la mano, por lo que el tanto fue anulado; era el 0-1 de un partido en el que a la postre su equipo cayó 3-0. El hecho se hizo famoso por inusual, porque no es normal que un futbolista reconozca un error que lo beneficia. Aunque un poco demorada y hasta presionada –hay que decirlo–, fue una gota de juego limpio en un mar de trampas. 

Pero no se puede pedir algo diferente cuando la jugada más recordada de la historia del fútbol, realizada por uno de sus máximos ídolos, es un gol con la mano. ¿Y quien podría discutir la genialidad futbolística de Diego Armando Maradona? Nadie en su sano juicio… pero su jugada más famosa no fue una viveza, fue una trampa.

Balones detenidos y goles con la mano, piscinazos dentro y fuera del área para simular una falta, requisas de un jugador a otro hasta en sus partes más recónditas para sacarlo de casillas y propiciar la expulsión del contrario, reclamos más que airados al juez por pitar faltas que resultan más que evidentes…

Situaciones que hoy (y desde hace tiempo) quedan registradas en video, pero que en su mayoría permanecen impunes, quizás porque la tecnología podría evitar que se presenten acciones de esas que todavía ayudan a sostener el negocio de la Fifa. Porque estoy seguro de que si se sancionara –por ejemplo– a los jugadores que simulan faltas, Neymar y Cristiano Ronaldo vivirían en la banca. 

Me gusta mucho el fútbol. Ahora menos que antes, pero me sigue gustando mucho. Siempre me gustó más jugarlo que verlo, pero ahora que no lo juego, resulta al menos desconsolador ver que cada vez más situaciones que definen los partidos se presentan por fuera de lo legal, del talento, de la viveza, de lo futbolístico. Ahora no es raro que gane el más talentoso… para hacer trampa.