sábado, 14 de julio de 2007

¿De dónde me salió el gusto por la ópera?

Tenía yo unos 6 años, aproximadamente, cuando dos de mis hermanos trabajaron como extras en la Ópera de Colombia. Bueno, realmente uno trabajaba como extra, pero se enfermó, y el otro fue a reemplazarlo…

Los extras no tenían que cantar… simplemente servían para ‘hacer bulto’ en el escenario –con todo respeto–, bien fuera como guerreros egipcios, invitados a o meseros en un banquete, o vendedores en una plaza. Pero uno a los 6 años, con tal de ver al hermano parado en un escenario, es capaz de aguantarse tres horas de Aida, que fue precisamente la primera ópera que vi… Y me gustó.

Ir a ópera es como leer La Iliada: si uno lo hace por obligación, seguramente no le va a gustar… Yo iba a ver a mis hermanos (motivo más que suficiente) y el asunto terminó gustándome.

Y también le terminó gustando a mi hermano el reemplazante, es decir, el que le cubrió la espalda al otro cuando se enfermó. Y con ese gusto empezaron a llegar a casa las primeras grabaciones, los primeros libretos. Por esa época (finales de la década de 1970 y principios de los 80) también era usual –o al menos eso recuerdo– que las temporadas se transmitieran por televisión.

Mi hermano terminó estudiando música y yo empecé a seguirle los pasos de manera más bien informal. Aprovechaba su ausencia para poner sus discos (preciadas joyas en las que un rayón podría costarme caro) y terminaba por aprenderme prácticamente las obras completas… al menos, las que más me gustaban. Si la memoria no me falla, a eso de los 7 años ya me sabía prácticamente toda Aida… Y, modestia aparte, prometía como cantante.

Educación tardía

A pesar de haber desarrollado de manera tan temprana el gusto por la ópera, no vine a estudiar canto formalmente sino hasta los 19 o 20 años. Mi primer maestro en serio fue un cubano, Ramón Calzadilla, con cuya técnica logré algunos progresos importantes; sin embargo, nunca pude terminar de acoplarme bien a su estilo de enseñanza. He escuchado alumnos de Calzadilla que tienen una técnica muy buena, por lo que creo que mi relación pedagógica con él murió por simple incompatibilidad de caracteres.

En 1994 tuve la oportunidad de irme a estudiar a La Habana, Cuba, donde durante cinco meses recibí clases de expresión corporal, actuación, repertorio y, por supuesto, canto. Y creo que a cantar fue a lo único que realmente aprendí, por física incompatibilidad de caracteres, de nuevo, pero esta vez con el tema de la actuación y el baile, que definitivamente no son mi fuerte.

Mi maestro de canto en Cuba fue Adolfo Casas, solista del Gran Teatro de La Habana, quien me recibió como tenor (así me estaba educando en Colombia) y me devolvió como barítono… “Tenor arrepentido”, me decía él…

Con el maestro Casas aprendí en cinco meses más de lo que había aprendido de canto en toda mi vida. Acoplarme a su técnica y a su metodología no fue fácil al comienzo, pero una vez lo logré, los resultados se vieron en poco tiempo…

Hoy, más de 10 años después de haber estudiado en Cuba, sigo descubriendo cosas nuevas en mi voz, aunque debo reconocer que mis actividades profesionales y en algunos casos la pereza, para qué negarlo, no me han permitido dedicarle al canto el tiempo y el esfuerzo que debería…

Quizás, de haberme dedicado exclusivamente al canto, hoy sería un gran barítono… O de haberme dedicado exclusivamente al fútbol, hoy sería un gran arquero… Imposible asegurar nada sobre supuestos…

Lo cierto es que más allá de lo que hubiera podido ser, hoy sé que el canto, la voz, la música son una fuente de satisfacciones difíciles, casi imposibles de describir…